La Basílica de San Juan de Dios en la ciudad andaluza de Granada es mucho más que una obra maestra del barroco andaluz que atrae a turistas y amantes del arte. El edificio sobrevivió a la invasión francesa, la desamortización de Mendizábal, la ausencia de la Orden desde 1835 a 1876 y las dos repúblicas españolas.
La Basílica es un sitio sagrado que guarda las reliquias del joven portugués, Juan Ciudad, que de aventurero se convirtió en uno de los hombres más caritativos de todos los tiempos, conversión que lo santificó como San Juan de Dios.
El santo fue fundador de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, reconocida hoy en día como una de las más humanitarias del mundo. La orden está presente en 50 países de Asia, África y América. La forman 1, 231 hermanos, enfermeros, religiosos, médicos, trabajadores sociales y realizan 20 millones de asistencias anuales.
El santo murió en 1550 y fue canonizado en 1690. En el altar también se guardan 190 reliquias del santo.
La inspiradora historia de Juan Ciudad el jóven se convirtió en el santo
Juan Ciudad, antes de ser Santo, había sido algo aventurero durante su temprana juventud cuando fue soldado. Quedó huérfano y se convirtió en vendedor ambulante de libros en Gibraltar. En 1538 llegó a Granada y abrió una librería. En esa época asistió a una fiesta que se celebraba en la ermita de los Mártires de Granada. Cuando escuchó las palabras del maestro Ávila sobre las bendiciones que recibió el santo San Sebastián quedó fuera de sí.
Ese día conmocionado sintió un fuerte arrepentimiento por todo lo que había hecho en su vida, regresó a su librería y rompió en pedazos todos los libros que hablaban de caballerías y de temas profanos, y los de temas religiosos los regaló.
Se rompió la ropa que llevaba y salió descalzo, casi desnudo por las calles de Granada. Fue internado en el Hospital Real como enfermo mental y recibió tratamiento, allí supo lo que era estar enfermo. A partir de ese momento cambió el rumbo de su vida, dedicándose a hacer caridad por las calles de Granada, recogiendo a los enfermos desamparados para protegerlos y curarlos. El Obispo de Granada lo llama Juan de Dios.
Cuenta un clérigo que San Juan de Dios comía de lo que les sobraba a los pobres. Y si algún regalo le daban, lo echaba en la capucha que traía y decía “esto es mejor para los pobres”, y así se lo traía y volvía a pedir más. Y dormía poco, sobre una tabla y una piedra en la cabecera. Y su ejercicio era siempre caridad y dar consuelo y limosna.