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En ruta por Portugal Descubriendo Historias

Cuando desperté ya habíamos dejado atrás las Islas Azores, llevábamos más de 7 horas sobrevolando el Océano Atlántico en nuestra ruta Miami-Lisboa.  En poco tiempo la aeronave de TAP comenzó a descender para tocar felizmente tierra portuguesa.

Había llegado a una ciudad del Atlántico que fue disputa de varias civilizaciones que pugnaban por apoderarse de su “puerto encantado”, como lo llamaron los fenicios.  Mi equipo de trabajo y yo veníamos con ansias de renovarnos, comer bacalao, escuchar Fado, beber Porto y descubrir los lugares más encondidos del país de los azulejos.

En 12 días iríamos de los viñedos de Alentejo a las sierras más encarpadas del Centro de Portugal, pasando por aldeas solitarias y castillos olvidados. Y como las renovaciones son de cuerpo y alma, yo venía con la misión de ir al Santuario de Fátima y al convento en Coimbra que fue última morada de la niña vidente de Fátima, Irma Lucia.

El GPS del Mercedes Benz que nos acompañaba en nuestro viaje era el único guía que teníamos. Su primer servicio fue llevarnos al boutique hotel  As Janelas Verdes, un antiguo palacete del siglo XVIII ubicado en Lapa, una zona residencial de Lisboa. Tocamos en la puerta y el cerrojo abrió automáticamente. Apenas puse un pie en la escalera, la madera crujió descubriendo los años de la casona. Una habitación muy personal con toque de época y un baño vestido de azulejos azul turquesa me esperaban, lo más distintivo fue el vino Porto servido en una botella de tocador con una dedicatoria de bienvenida con mi nombre. Un trago del delicioso licor puso mi cuerpo en forma. Abrí las ventanas y pude respirar el aire puro de la rivera del Tajo.

Mi habitación conducía a una escalera de caracol donde conocí en medio de la faena a Doña Palmira.  No sé cómo podía conseguir una sonrisa permanente en sus labios.  Como un libro abierto sin polvo nos contó la historia del Palacete que fuera propiedad de un Conde amigo del famoso novelista Eca de Queiroz quien se dice vivió allí.

Me habitó una inmensa curiosidad por saber los secretos de mi nueva casona lisboeta, que inspiró tanto a Queiroz a escribir su obra maestra. En mi afán de búsqueda llegué al último piso donde me rendí a descansar en una biblioteca agradable con terraza, me serví otro Porto como si estuviera en casa y me dormí. La imprudente luz del flash de mi fotógrafo me despertó. Se hacía tarde para nuestra próxima cita en un Club de Fado con un famoso guitarrista portugués.

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