El Momiji y las tradiciones del Otoño en Japón
Desde niña sentí fascinación por Japón, puros misterios de la vida que con el tiempo uno va develando. Al lado de nuestra casa —ubicada en una zona de bungalows de madera, casi idénticos, que poblaban un cayo rodeado de aguas muy azules y trasparentes como todas las aguas del Caribe —vivía una familia de descendientes de japoneses.
Su visión de la vida era otra, distinta a la nuestra, la de ellos era más conectada al entorno natural. Con el paso del tiempo, la lectura y mis estudios sobre arte japonés, no solo me hicieron vibrar con la estampa de La gran Ola, de Hokusai, también enriquecieron aquellas infantiles atracciones que sembraron en mí, sin ellos saberlos, Miyuki (Bella Nieve) y sobre todo Haruki (Sol brillante).
Los caracteres que componen el nombre de Japón significan «el origen del Sol», motivo por el que el país también es conocido como la Tierra del Sol Naciente.
A pesar de convivir en grandes urbes, para los japoneses la contemplación de la naturaleza es savia de la vida y alimento espiritual. Sus costumbres y fiestas tradicionales tienen su origen en la ancestral conexión con el medioambiente. Sus principales celebraciones nacionales están vinculadas a los cambios de estación, quizás una forma de lograr equilibrio con la seducción que les aporta la transitoriedad.
El Hanami es el símbolo de la llegada de la Primavera, es la evocación festiva a la contemplación de los cerezos en flor. Ocasión especial para compartir las familias y entre amigos, en picnics, en plena armonía por el regalo que les ofrenda la naturaleza. Un momento en que algunas jóvenes aprovechan para exhibir sus atractivos kimonos.
El Momiji se viene observando desde Octubre pero tiene su esplendor en el mes de noviembre. Es un espectáculo natural verdaderamente impresionante del que tanto nacionales como turistas disfrutan. Durante el Otoño y con el descenso de las temperaturas, las hojas de los árboles en todo el archipiélago se tornan amarillas, naranjas, rojas y violetas.
Momiji-gari es la expresión utilizada para hacer referencia al hecho de ir al templo, santuario o a la montaña, a contemplar dicho espectáculo tal como si fuese una ceremonia.
Los mejores árboles para deleitarse del momiji son: el iroha momiji o arce japonés, el nana kamado o serbal, el ichō o ginko y el nurude o zumaque chino. Una fiesta tornasolada que aporta satisfacción espiritual.
En las ciudades y campos, en jardines y avenidas, en pequeños santuarios o grandes templos, la Madre Naturaleza cobija a todos con su manto. Y cuando las hojas se secan se convierten en arte, muchos reproducen un dibujo, una imagen o un mensaje, lo que en japonés se conoce ochiba āto, el arte con hojas caídas.
Tan inspirador es el Momiji que ha trascendido las estampas del siglo XIX de Kunisada, para en la actualidad diseminarse en diversos soportes, a nivel internacional, en poster, playeras, dijes de cadenas, relojes, mousepad, bolsas, jarras, filatelia, cojines, y una variedad increíble de objetos que al acompañarnos iluminan y alegran instantes de nuestras vidas.
El Momiji es una prueba de que la naturaleza nos conduce a lo Divino y lo Divino se revela a través de ella. Un pájaro que llega a nuestra ventana o puerta, las hojas de un árbol que cambian de color, un arcoíris en el cielo, las energías de las olas del mar, el vuelo de una gaviota, las nubes que se convierten en figuras, una estrella que guía nuestra ruta, el reflejo de la luna en un lago, y en cada amanecer el destello del Sol.