Fernando Llort y su imaginario salvadoreño
Travesía por la tierra de los artesanos salvadoreños
Los países, como nosotros los seres humanos, sufren dolores, guardan secretos y muestran sus encantos. El Salvador, el Pulgarcito de América Latina, como lo llamó la poetisa Gabriela Mistral, es mucho más que maras, pandillas y violencia: un tatuaje estigmatizador que opaca la riqueza cultural de esta tierra centroamericana y que no deja de ser cintillo recurrente de las noticias que alimentan la visión reduccionista de muchas y muchos.
En estos días los recuerdos salvadoreños me han revisitado, en sueños y despierta, y ninguna imagen aparece en blanco y negro, como en la propia vida. Antes de conocerlo y recorrerlo lo pensaba en azul intenso, tal como su añil. Pero cuando toqué su tierra y amaneció percibí que era verde, muy verde por doquier, y que su abrazo superaba sus kms cuadrados de extensión, y abarcaba desde los picachos, cerros y volcanes hasta el litoral del enigmático mar Pacífico.
Ese resplandor en verde me salvó, me alejó del estigma y me motivó a radiografiarlo desde mis emociones y mi alma. Logré penetrar en sus laberintos sociológicos y aprendí de ellos códigos éticos que debiéramos reproducir. Entendí que mi travesía debía ser muy apegada a los saberes ancestrales y el respeto a la Madre Tierra.
No tardé mucho en conocer la obra del artista visual Fernando Llort Choussy (1949-2018), la cual me sintetizó la identidad cultural de esa nación. Cada paso que daba me mostraba su arte, multiplicado por doquier, con una versatilidad de soportes, manifestaciones y técnicas asombrosas.
Al principio pensé que cada obra que tenía frente a mí era de su autoría o se la atribuía a alguna copia o reproducción; luego supe que fue él quien dio a luz a ese estilo, “el palmeño”, que trascendió y continuará, gracias a su labor pedagógica y trabajo comunitario, vivo en las raíces del pueblo.
En la década de 1970, el artista decidió salir de la capital y asentarse en la localidad semirural de La Palma, en el departamento de Chalatenango, ubicado al borde de la cordillera Sierra Madre, al norte del país. Allí instaló su taller “La semilla de Dios”, que luego devino en cooperativa con los primeros artesanos.
Fernando no se aferró al individualismo, su misión social voló más alto, dejó que su estilo se reprodujera con las variantes que le aportaba cada uno, en pos del beneficio de la comunidad.
Así algunos fundaron sus propios talleres, continuaron trasmitiendo ese saber, y hoy, el 70% de la población del lugar tiene su fuente de empleo en la producción de artesanías, que con un lenguaje costumbrista, ilustran visualmente su habitad.
(foto crédito) Fundación Fernando Llort
La obra de Fernando Llort, muy apegada al dibujo y a la abstracción, de fuertes contrastes cromáticos, e influenciada por la estética precolombina, tuvo en la naturaleza, la espiritualidad y los tipos populares su inspiración. El sol, los pájaros, las mariposas, los árboles, las flores, las vendedoras de frutas, los pueblitos con sus casitas e iglesia, los ángeles, las alegorías religiosas, los nacimientos, la cruz de Cristo, representadas con colores vivos, son sus protagonistas. Sus mensajes son un canto a la esperanza, a la alegría, al goce espiritual, a la vida. Ese fue el mundo que imaginó, soñó y sembró.
Muchos fueron los soportes y las técnicas que trabajó: pintura, dibujo, grabado, cerámica, objetos de madera pintada y barnizada, el vidrio, murales.
Por la trascendencia de su carrera le fue conferido, en 2013, el Premio Nacional de Cultura, momento en el que expresó: “Siempre fue mi deseo ayudar en lo posible con mi pintura a motivar a nuestro pueblo para que despertara sus propias raíces y a buscar una expresión propia. Siempre sentí una profunda necesidad vital de redescubrir una cultura local, que nos permitiera ubicarnos y que nos ubicaran como salvadoreños en el contexto latinoamericano (…) [que mi trabajo] nos invite a ver las cosas con una visión mágica, como las pueden ver los ojos, el corazón o la mente de un niño o la ingenuidad de un sabio campesino sin prejuicios ni esquemas preconcebidos”.
Su galería- taller “El árbol de Dios”, ubicada en la Colonia Escalón, de San Salvador fue uno de mis refugios favoritos. Allí vibra la paz, la armonía, la conciliación. Todas y todos en mi familia tenemos en nuestros hogares una obra de Fernando Llort.
Su aliento no solo cruzó fronteras para participar en un sinnúmero de exposiciones internacionales de arte y formar parte de relevantes colecciones privadas en Europa y Estados Unidos, también navegó mares para llegar a los que nos inspira la fe.
Entre sus proyectos destacan: la decoración del Templete y el diseño de la estola para la Misa del Papa Juan Pablo II en El Salvador, en 1985 y la decoración de la fachada principal de la Catedral Metropolitana de El Salvador, en 1997.
Obras del artista forman parte de diversas colecciones internacionales, entre ellas: Museo de la Casa Blanca, Washington D.C.; Museo del Arte Iberoamericano, Museo de Arte Contemporáneo, y Galería de la ONU, en Nueva York; Museo del Vaticano, Roma.