Frida Khalo tuvo alas para volar lejos
Frida tuvo alas para volar lejos: las de su espíritu. Su arte, que es ella toda, quedó tatuado en nuestras vidas por siempre
A 109 años del nacimiento, el 6 de julio de 1907, la artista mexicana Frida Kahlo continúa seduciéndonos y provocándonos con mágica fascinación.
Es asombroso y placentero constatar como su arte, reflejo de su impactante vida, no quedó detenido en el tiempo; todo lo contrario, rompió los límites de las paredes de los museos y las grafías de los libros, y tal como las olas insaciables de los océanos, se convirtió en fuente de renovada energía.
Ella es referente, paradigma, mito y amuleto. En pleno siglo XXI vive en nosotras como la abandera de reivindicaciones y sueños.
Frida fascinaba a los que la conocían. Su belleza y carisma eran imán. No se resignó a ser cauce seco: en ella todo fluía, era auténtica, rompió moldes, no imitó ni tampoco claudicó en sus deseos y principios.
La Casa Azul en Coyoacán, donde vivió de niña y gran parte de su vida, hasta su despedida final, convertida en 1958 en Museo Frida Khalo, es un templo de amor a la cultura ancestral mexicana y sus tradiciones vernáculas. Traspasar su umbral te estremece, es la caracola donde se resguardó de todas las tormentas físicas y emocionales pero también el oasis donde vibró y disfrutó a plenitud la vida.
El Museo Frida Khalo, es un templo de amor a la cultura ancestral mexicana y sus tradiciones vernáculas. Traspasar su umbral te estremece, es la caracola donde se resguardó de todas las tormentas físicas y emocionales pero también el oasis donde vibró y disfrutó a plenitud la vida
Los muros pintados de color azul intenso develan las preferencias artísticas de la pareja Khalo-Rivera.
El consumismo iba de la mano del coleccionismo y se aferró a las raíces de la vasta e impresionante cultura nacional.
Un universo seductor se reúne en el espacio hogareño
Pinturas populares del siglo XIX, judas de papier maché, colecciones de exvotos, retablitos, juguetes y en el jardín piezas de arte prehispánico.
En el comedor, los trasteros pintados de amarillo exhiben cerámicas de diversas zonas de México. La cocina fue preservada tal cual había sido utilizada por la pintora, quien prefería cocinar con fuegos a base de leña, con sus ollas de barro colgadas de las paredes y las cazuelas sobre el fogón.
En los dormitorios yace la cama, con el espejo en el techo que utilizó Frida para pintar de día mientras se encontraba inmovilizada, y la colección de mariposas en su recámara nocturna. Su caballete y pinceles, vestidos, joyas, corsés y una inmensa cantidad de documentos, fotos y libros, reflejan las luces y sombras de su existencia.
Aunque la Kahlo convivió con la estética de los muralistas de su época, en especial la de su compañero de vida, Diego Rivera, su obra es totalmente diferente. Algunos la incluyeron como parte del movimiento surrealista.
Frida estuvo más apegada a la Madre Naturaleza
Sin embargo, Frida estuvo más conectada con las raíces del arte popular de su país, apegada a la cultura del retablo votivo y a las representaciones prehispánicas del día y la noche, la Luna y el Sol, la Vida y la Muerte, la Madre Naturaleza. Los elementos metafóricos y fantásticos en su iconografía respondían al reflejo de momentos cruciales de su traumatizada vida.
Ella misma declaró que sus pinturas no reflejaban sueños o imágenes surrealistas, aunque así lo pareciera, sino que eran representaciones de su propia vida y de sus emociones.
“Piensan que soy surrealista, pero no es cierto, no lo soy. Yo nunca he pintado lo que sueño. Yo pinto mi propia realidad“.
Creó una imagen de sí misma
Su cabello, su exótico vestuario, los peinados típicos de ciertas regiones de México, arreglados con cintas y flores, sus joyas, aretes, anillos y su traje de tehuana como símbolo de la mexicanidad eran un juego sensual contra su soledad interior y una reveladora muestra de su simulación. No se dejó vencer ante un cuerpo adolorido y, más aún, no se victimizó.
Combinó con destreza elementos nativos y europeos, contemporáneos, tradicionales y vintages, para crear un estilo que trascendió y que fue recreado en una revista icónica como Vogue en 1937, y en la contemporaneidad retomado en las pasarelas de la moda y la gran pantalla con Ofelia Medina y Salma Hayek.
El espejo fue punto de partida en su obra. A través de sus autorretratos la artista se refleja a sí misma, reinterpretándose y reconstruyéndose como una manera de confirmación.
El referente recurrente fue el tratamiento de su cuerpo, la creación de una autoimagen donde la esencia era la relación cuerpo-mundo interior. Así, de ese modo, logró redelinear el concepto de belleza canónico. Se aceptó físicamente, tal como era, asumiendo sus lesiones y elevándose desde la autoestima para disfrutar el privilegio de ser musa, modelo y autorretratarse.
“Aquí me pinté yo, Frida Kahlo, con mi reflejo en el espejo. Tengo 37 años y es julio de 1947. En Coyoacán, México, el sitio en donde nací”.
Frida tuvo alas para volar lejos: las de su espíritu. Su arte, que es ella toda, quedó tatuado en nuestras vidas por siempre.
Frida Kahlo: The Gisele Freund Photographs)