El Salvador que inspiró a Saint Exupéry – Caminando tras los pasos del Principito
Con la historia “Tras los pasos de El Principito (Le Petit Prince)” de Ivonne Muñiz abrimos el año en FAMA Magazine.
Un libro que es un canto a la vida y un llamado a la paz. Esta vez nos fuimos al Salvador, país donde nacieron la rosa y los volcanes que inspiraron a Antoine de Saint Exupéry a escribir el Principito. Muchos investigadores aseveran que la esposa salvadoreña de Saint-Exupéry, Consuelo Suncín es la rosa y El Salvador es el Asteroide (B 612) del cuento.
“Cuando un amigo me comentó que El Salvador había inspirado a Saint Exupéry, me habitó la duda pero vaya feliz sorpresa al confirmarlo. Yo he estado caminando sobre los valles que rozan los volcanes tras los pasos de El Principito“.
“Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos” – Frase del libro
Para muchos El Principito fue un acto de depuración del autor para encontrar la paz y la estabilidad y revertir las heridas emocionales, pero sin dudas trascendió aun mucho más: es un canto a la vida que nos conduce a despojarnos del individualismo mientras alimentamos la entrega a otros con la luz que proyecta el amor.
Con la llegada de un nuevo año suelen visitarnos, a manera de flash, un sinfín de recuerdos.
Hace apenas unos días salté al pasado y disfruté de mis visiones infantiles sobre El Principito, a propósito del embeleso que me produjo una escultura suya en un museo de antropología en el Salvador.
No conozco todavía a alguien que se haya conformado con leer solo una vez la obra más famosa del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944). Desde sus primeras publicaciones (en abril de 1943, en inglés y francés, por la editorial estadounidense Reynal & Hitchcock, y en 1946 por la editorial francesa Éditions Gallimard) hasta el día de hoy, El Principito ha sido el libro en francés más leído y más traducido, y uno de los tesoros literarios que ha formado, desde la imaginación y el simbolismo, un sin número de valores éticos como el afecto, la amistad, la comunicación, la responsabilidad, la tolerancia, el respeto y el amor a los otros.
Delphine Lacroix, investigadora especializada en la vida y el trabajo de Saint-Exupéry comentó:
“Las memorias de la infancia es lo que le da profundidad a una persona. Para Saint-Exupéry, ese mundo encantado de su infancia lo volcó en la obra”.
En muchos hogares ha sido y es un libro de cabecera para educar. Ayer recordaba que, tanto mis hermanos como yo, y luego mi hijo, leímos el mismo ejemplar de El pequeño príncipe. Por generación tras generación de nuestra familia fue manoseado y resguardado aquel talismán, coloreadas con trazos dispares y diversos creyones sus ilustraciones, encuadernado una y otra vez por mis padres y después por mí para que sobreviviera en el tiempo, hasta que aparecieron otras ediciones para coleccionar o regalar.
Llegó el momento en que resignifiqué sus símbolos, alimenté la rosa multiplicada en tantos seres queridos, desholliné mis volcanes y he amado mi asteroide azul hasta en sueños. Con incondicional entrega y amor domestiqué y he sido domesticada, y desbordé mi hogar de energías espirituales.
Un día, como parte de mi destino, me trasladé temporalmente, con mi caracola de pertenencias emocionales, al país más pequeño de América Latina, la tierra de los volcanes, y allí encontré, referentes cardinales y referentes reales de las fábulas de El Principito.
Cuando un amigo me comentó que El Salvador había inspirado a Saint Exupéry, me habitó la duda pero vaya feliz sorpresa al confirmarlo. Yo estaba caminando sobre los valles que rozan los volcanes tras los pasos de El Principito.
El Principito, Capítulo IX
La mañana de su partida ordenó bien su planeta. Deshollinó cuidadosamente sus volcanes en actividad. Tenía dos volcanes en actividad, lo cual era muy cómodo para calentar el desayuno a la mañana. Tenía también un volcán apagado. Pero, como él decía, “Nunca se sabe!”. Deshollinó entonces también el volcán apagado. Si están bien limpios, los volcanes arden suave y regularmente, sin erupciones. Las erupciones volcánicas son como fuegos de chimenea. Evidentemente en nuestra tierra somos demasiado pequeños para deshollinar nuestros volcanes. Es por eso que nos causan cantidades de problemas. (El Principito, Capítulo IX)
Se dice que quizás el volcán activo es el de Izalco. A su lado forman una fila el Cerro Verde (volcán dormido) y el Santa Ana (volcán activo). En la falda de los tres volcanes se encuentra el hermoso Lago Coatepeque.
La rosa y los volcanes que inspiraron a Antoine de Saint de Exupéry nacen en El Salvador
Muchos investigadores aseveran que la rosa está inspirada en la esposa salvadoreña de Saint-Exupéry, Consuelo Suncín, y que su planeta (el asteroide B 612) es El Salvador.
La Rosa no era algo abstracto, era su amor y su pasión. Era la preferida entre otras muchas, y era única en su “planeta”. Había otras pero su rosa es la que ha “florecido”. Es el símbolo de la mujer que ama. Es vanidosa, elegante y hermosa y a la vez frágil. Tiene que cuidarla y protegerla. Consuelo Suncín era una mujer sumamente atractiva y llena de imaginación, sugestiva fuente de inspiración para él.
“No se debe nunca escuchar a las flores. Sólo se las debe contemplar y oler. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no era capaz de alegrarme de ello.” – Frases del libro
Texto del libro
El principito arrancó también, con un poco de melancolía, los últimos brotes de baobabs. Creía que nunca más iba a volver. Pero aquella mañana, todos esos trabajos familiares le parecieron extremadamente agradables. Y, cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo bajo su globo, descubrió que tenía ganas de llorar.
- Adiós –le dijo a la flor.
Pero ella no le respondió.
- Adiós –repitió.
La flor tosió. Pero no era a causa de su resfrío.
– He sido tonta –le dijo al fin–. –Te pido perdón. Procura ser feliz.
Él se sorprendió por la ausencia de reproches. Se quedó ahí desconcertado, con el globo en el aire. No comprendía esa calma dulzura.
– Pero sí, te quiero –le dijo la flor–. No lo supiste, por mi culpa. Eso no tiene ninguna importancia. Pero tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz… Deja ese globo tranquilo. Ya no lo quiero.
– Pero el viento…
– No estoy tan resfriada…. El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
– Pero los bichos…
- Debo soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas. Parece que es hermoso. Si no, quién habrá de visitarme? Tú estarás lejos. En cuanto a los animales grandes, no les temo. Tengo mis uñas.
Y mostraba cándidamente sus cuatro espinas. Luego agregó:
– No des más vueltas, es irritante. Has decidido partir. Vete.
Porque no quería que la viera llorar. Era una flor tan orgullosa…
(El Principito, Capítulo IX)
Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña fue una escritora, pintora y escultora salvadoreña, nacida el 10 de abril de 1901 en la pequeña ciudad de Armenia, departamento de Sonsonate, ubicado en el noroeste de El Salvador, a 515 metros sobre el nivel del mar, en el seno de una familia de ricos terratenientes cafetaleros.
Llegó a San Francisco, California, con 19 años y una beca para estudiar inglés. Con 22 años se trasladó a México, donde comenzó estudios en Derecho y luego de Periodismo. Viajó a París con José Vasconcelos, una de las figuras intelectuales, culturales y políticas más destacadas de la época. Compartió parte de su vida, en matrimonio, con Enrique Gómez Carrillo, diplomático guatemalteco, escritor y periodista, y tras su muerte partió a Buenos Aires.
En la ciudad porteña, en 1931, conocería al célebre escritor y piloto francés Saint-Exupéry, y entre los dos nacería una fuerte emoción que los conduce a la unión matrimonial en Francia, donde se trasladaron a vivir, convirtiéndose en la condesa Consuelo de Saint-Exupéry.
Artículos sobre esta mítica y atormentada relación amorosa, que duró 14 años, refieren que desde sus inicios fue inestable porque la salvadoreña era viuda y divorciada, algo que incidía negativamente en la familia Saint Exupéry debido a los valores de la época, y por el carácter bohemio y las recurrentes infidelidades de Antoine.
A pesar de los desencuentros, Antoine y Consuelo se amaron. Fueron una pareja famosa y su historia ha trascendido tras el velo de la poesía y el amor como una leyenda. La Place d’El Salvador (Plaza de El Salvador), en París, exhibe un medallón en bronce representando al escritor y piloto, realizado por su esposa, quien inspiró la bella rosa llena de espinas de El Principito. La relación del francés y la salvadoreña ha sido recreada en libros biográficos, novelas y películas, entre ellas Saint-Exupèry: La Caja de la Historia.
Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939.
Algunos la llamaron “la Scherezada de los trópicos”.
La bibliografía recoge que después de la desaparición de Antoine, Consuelo lo esperó día y noche en Nueva York, y mientras esculpía rostros de Antoine de piedra y arcilla, dibujaba su imagen con lápiz, carbón y acuarela; y cada domingo le escribía cartas, las mismas que en 2001, fueron editadas y publicadas en Francia por el escritor francés, Alain Vircondelet, bajo el título: Cartas de los domingos. Se dice que Consuelo recibió la última carta que le escribió Antoine, unas semanas después de su desaparición.
Consuelo, yo necesito tus cartas como necesito el pan. Eres mi dulce deber, quisiera darte amparo. Tan sólo quiero decirte que te amo. Ten la seguridad de que mi amor por ti es tan resplandeciente como la luz del sol.
En 1946, dos años después del deceso de Antoine, Consuelo escribió una autobiografía titulada Mémoires de la rose (Memorias de la rosa), que no fue publicada hasta el año 2000. En sus páginas revela detalles sobre la vida que compartieron, la compleja personalidad de su esposo, y el rol que ella desempeñó en su vida y en su creación literaria.
Consuelo murió en Grasse, Francia el 28 de mayo de 1979, y fue enterrada en el cementerio de Père-Lachaise en París.
Para muchos El Principito fue un acto de depuración del autor para encontrar la paz y la estabilidad y revertir las heridas emocionales, pero sin dudas trascendió aun mucho más: es un canto a la vida que nos conduce a despojarnos del individualismo mientras alimentamos la entrega a otros con la luz que proyecta el amor.
The Morgan Library & Museum tiene el manuscrito original del libro.
Algunas de las fotografía de este reportaje pertenecen a Morgan Library y al sitio ofcial en facebook y online de @lepetitprinceofficiel
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